Anoche la luna llena,
redonda, luminosa,
coqueta, y atrevida;
charlaba conmigo en voz baja.
Mientras una lágrima
acariciaba mi piel,
la luna me seducía sin pudor,
yo me rendía ante sus encantos,
y no dejaba de mirarla,
perpleja.
Me despido de la ciudad,
de su cielo, y sus palabras.
De su casa, y su abrigo,
sus calles y su gente.
Su luna y su frío,
me despido de sus barrios,
su vida, y sus invitaciones.
Decir chau nunca me ha gustado,
ni los remolinos internos que eso me provoca.
Intento compartirme,
y te busco en algún rincón,
porque la calidez de tu voz
me hace falta en este momento.
No te encuentro,
y me refugio en la luna
que no deja de llamarme.
Me sumerjo en su cuerpo,
y me someto a las caricias
de mis lágrimas saladas.
viernes, 22 de febrero de 2008
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