viernes, 7 de enero de 2011

2011

Diciembre es un mes en el que no pasa nada, es un mes en el que sólo se espera.
Nos sumamos al ritmo caótico de los días previos a las fiestas y concentramos la energía en esos momentos más representativos para unos que para otros, en los preparativos que rodean la ocasión y en la logística de transporte (una vez elegido el lugar para las celebraciones).
Inmersos en una ola de adrenalina. La mente, la meta a corto plazo está puesta ahí. Sobre todo en el 31 de diciembre, esa puerta que da cierre a un año cargado y da inicio a otro que genera ciertas expectativas.
Compra de regalos, división de tareas, peluquería, abastecimiento de bebidas, pirotecnia y hielo. Viaje en auto, saludos, abrazos, mesa elaborada, comida (mucha comida), charlas, anécdotas y algún recuerdo que siempre aparece. El reloj que no avanza y la cena que siempre se hace corta.
Dibujos de colores en el cielo, líneas alrededor de las estrellas, un poco de nostalgia en cada estallido. Copa en mano, abrazo afectuoso, brindis y algunos llamados.
Al día siguiente la ciudad callada. El silencio de aquellos que después de haber escrito o enumerado mentalmente los objetivos para el nuevo año, se preparan para volver a lo mismo de siempre. A la rutina diaria.
Y así, con un suspiro bastante breve, estamos en el 2011. En ese enero medio chato en el que tampoco pasa mucho, y todo sigue bastante igual a meses anteriores.
Volver al trabajo el lunes siguiente, a lidiar con las mismas personas, a enfrentar los mismos quilombos. Volver a las tareas de casa, a seguir preguntándonos qué podemos hacer este año para mejorar los ingresos, a rehacer la lista de cosas que aún no encontramos en esa búsqueda interna (mientras los 31 de diciembre se suceden).
Da un poco de paja vivir, ¿no?
Pero este año va a ser diferente, va a ser un año de "comienzos". Y lo más divertido (y angustiante) es ver qué pasa en el camino. Así que allá vamos. Bienvenido, 2011.