martes, 11 de septiembre de 2007

La paz del cuerpo

Los pasos sigilosos que escucho cada noche se han decidido ayer a hacerse notar y ayudar al cuerpo que transporta a cometer ese propósito construido por su mente a base de rencores, fuertes deseos de paz, y una incontrolable actitud de negación hacia los propios errores.
Los pasos sigilosos se han vuelto anoche cada vez más fuertes, agresivos, e importantes. Con ademán de despertarme y no dejar dormir a ninguna de las sensaciones que genera, ese cuerpo motorizado por una mente atormentada y carente de serenidad se acercó hacia mí con entera decisión y poco titubeo.
Pero a pesar de cuanta intención maliciosa pudiera tener, la suavidad de mi sueño y la inocencia de mis párpados, detuvieron impulsivamente el andar del cuerpo de ex pasos sigilosos. Al encontrarse frente a la tranquilidad que emanaba mi respirar, y al construir con fragmentos imaginarios un posible sueño sustraído de mi estado subconsciente, el cuerpo ya no quiso nada más que dormir a mi lado.
Casi por inercia, desvinculado del motor mental o ya impulsado por su corazón abandonado y su esencia triste, el cuerpo se deslizó suavemente entre mis brazos. No deseó nada más que ser contagiado por una minúscula porción de la paz eminente de mi dormir, y abrazado eternamente por ese mar de recuerdos, cariño y amor que eran mis brazos ayer a la noche.
Sin despertarme, sin interrumpir el curso de mis sueños, y sin entrometerse en mis pensamientos, el cuerpo simplemente se quedó refugiado entre mis brazos, con su cara sobre mi pecho. Inmóvil, seguro, querido y protegido. Durmiendo.
Los pasos sigilosos que escucho cada noche finalmente han desaparecido y el cuerpo que transportan ha encontrado la paz en saber al mío sereno, imperturbable por un momento ante la realidad malintencionada de la que estamos presos.

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