jueves, 30 de octubre de 2008

Jamón y queso bajo el sol

En un estado de consciencia de esos que muchas veces evado,
pero que luego disfruto porque me hunden en diferentes momentos de reflexividad absoluta;
me di cuenta de que si observo con cierta atención, la mayoría de la gente que veo no goza del dolor placentero que implica la búsqueda incierta de algo, de uno, del otro. No busca. No se detiene. No mira. Va. Sólo va. Y sigue.
Muchas veces me cuelgo en la calle, y trato de imaginarme las vidas y características de los centenares de personas que se ven a diario. ¿Serán todos, acaso, seres igualmente complejos?
El grado de complejidad deviene del nivel del (auto?) cuestionamiento -creo-. Entonces, no. No somos todos igual de complejos.
Pero aquellos que no se cuestionan, que no miran, que no se preguntan, ¿prefieren no hacerlo? ¿O, sencillamente, no lo hacen?
A veces quisiera tener un pequeño interruptor para apagarme por un minuto...dejarme en pausa. Pero luego entiendo que no vale la pena, porque el cuestionamiento me lleva a producir miles de pequeñas conclusiones. O no. A veces me lleva a un nivel de incertidumbre aún más grande del que he partido. Pero todo forma parte, en definitiva, de esa gran búsqueda.
La búsqueda de varias respuestas según el contexto y el momento, para una sóla pregunta. Que a veces da miedo, pero que se construye en el (real?) imaginario, como el cuestionamiento en su estado máximo, más puro, enérgico, duro, y más sincero.
Una pregunta en realidad tan simple como lo que se tarda en pronunciarla.
Una pregunta para la cual en muchos escenarios, aún no tengo respuesta.
"Qué?".

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