
Foto: Eugenia
Me doy cuenta de que son pocas las personas con las que hoy tengo una relación íntima, y además historia. Un pasado. Un trayecto que nos une. Son pocas las personas que hoy forman parte de mis días y que además han sido testigos del paso del tiempo en mi vida, una compañía en esta larga sucesión de momentos, y otro andar en este camino incierto, complejo, y lleno de pequeñas cosas.
Pero también existen otras personas con las que me relaciono profundamente, que tienen hoy conmigo (y viceversa), un vínculo de confidencia y confianza muy sincero; sin saber o conocer de mi pasado más que lo que cuentan mis relatos.
Y están, también, aquellas personas que con sólo mirarme son ambas y todas las cosas.
Son personas que me han visto por primera vez hace poco, pero que por lo bien que me entienden y por lo mucho que me conocen, parecen haber vivido conmigo aún más que quienes estuvieron siempre.
Entonces cuando pienso en todo esto, me pierdo.
Me pierdo y escribo.
Porque a veces hay cosas que no entiendo. Pero las siento. En mí. Ahí. Donde está todo eso a lo que no se puede llegar con una mano y sólo sacarlo.
Me limito a cerrar los ojos, y pensar. Doy vueltas en mi cama con lo que siento, lo dibujo, lo pinto en mil colores, y lo recuerdo.
Y no dejo de pasar una y otra vez por la idea de que tal vez todos sepan todo, o algunos conozcan más que otros, pero que el tiempo acá no cuenta, y que en definitiva lo que importa es lo que dicen nuestros ojos. Lo que de verdad importa es lo que pasa cuando nos miramos, la forma en la que nos entendemos cuando lo hacemos, y lo que vemos debajo de esas capas de coraza que día a día ante diferentes peligros fabricamos.
La esencia de nuestros cuerpos.
Quiénes somos, cómo compartimos, y cómo queremos.
A quién queremos.
Entonces cuando pienso en esto, me encuentro.
Me encuentro y escribo.
Porque si bien hay miles de cosas que no entiendo,
siento.